Director: Jack Arnold
Guión: Richard Matheson (el de soy leyenda) adaptándose a sí mismo de una novela suya que escribió un día
Género: El Pulgarcito de la era atómica (y arañas cabronas)
Intérpretes: Grant Williams, Randy Stuart, April Kent, Paul Langton
Sinopsis: Scott Carey está retozando con su parienta en un barco en mitad del océano y mientras ella baja al camarote a por una cerveza bien fresquita, el pobre Scott se traga entera una nube radioactiva que pasaba por ahí, dejándolo contaminado perdido y además con los pectorales y los biceps llenos de brillantina, que parece que se ha escapado de la cabalgata del orgullo gay de Madrid. Al principio no le da importancia a lo de la nube tóxica, pero pasan las semanas y Scott se está volviendo más chico, en plan osteoporisis pero a lo bestia. El pobre hombre va al médico y después de que éste se cachondee de él, le hace unas radiografías y dice: "hostias, pues es verdad". Mientras los médicos buscan una cura desesperadamente, Scott se va a arrepentir de dos cosas: no haber capado al gato y no haber comprado insecticida para el sótano.
Hoy en día se le llama clásico (del terror o de la ciencia-ficción) a cualquier película con un porrón de años y en blanco y negro, pero no nos engañemos: el término "clásico" hay que ganárselo a pulso, a través de la calidad del film y de su impacto con el paso de los años. Por eso, "El increíble hombre menguante" merece este augusto término, porque derrocha calidad por los cuatro costados y porque se conserva tan bien como Walt Disney es su cámara frigorífica. Más de ¡50! años después de su estreno, la peli no ha perdido ni un ápice de su aventura, fantasía, emoción, dramatismo y terror (¡me cago en las muelas de la araña, qué susto me da!) y todo gracias a la profesionalidad y el buen hacer del genial director Jack Arnold (apoyado por un guión potente de Richard Matheson) creando una obra imponderable cuya sencillez y realismo seguirá impactando a los espectadores de las generaciones venideras del siglo XXII.
A la hora de sistematizar esta película, los intelectuales gafa-pastas solemos colocarle la etiqueta de la ciencia-ficción en el apartado de "género", más que nada porque la base del relato (las putadas que provoca una nube radioactiva en el peatón común), están en la línea de la ciencia-ficción norteamericana de los años 50, con la amenaza de la Tercera Guerra Mundial hasta en la sopa y con el pánico a lo nuclear a flor de piel. Porque la radioactividad es muy versátil, y lo mismo sirve para matar a sangre fría y a distancia a cientos de miles de personas como para hacer mutar a hormigas, arañas, cefalópodos o incluso a mujeres hermosas hasta los 50 pies de altura u más. Pero "El increíble hombre menguante" es mucho más que una película de ciencia-ficción al uso. Por un lado tenemos el drama humano de un señor que se está haciendo pequeñito y a medida que su cuerpo disminuye, también lo hace su autoestima, dañando su vida marital y social y resignándose a convertirse en un espectáculo de los medios de comunicación para no caer en la indigencia. El espectador puede sentir el miedo y la angustia que siente el protagonista porque los médicos son incapaces de curarle (como en tantas ocasiones ocurre en la vida real) y al final se deja vencer por su desesperación, pensando incluso en el suicidio. Por eso, en la primera media hora del film, Jack Arnold le da más importancia al proceso depresivo y a la destrucción de la personalidad de su protagonista que a los elementos de género, lo cual es un acierto, porque predispone al espectador para la metamorfosis mental y espiritual que experimentará Scott Carey durante la segunda mitad del film.
Y a partir de aquí está el tomate de la película y el reclamo comercial que todos estaban deseando ver: las aventuras y desventuras de un hombre reducido al tamaño de una hormiga, que a ver cómo resuelve la papeleta de sobrevivir en un ambiente inofensivo para un señor de metro setenta pero mortal para un familiar de David el Gnomo. Para empezar, tenemos la refrescante sencillez de unos efectos especiales que son más eficaces que mucha porquería digital de hoy en día, con una soberbia puesta en escena y un dominio del trucaje como pocos. Todo el atrezzo es realmente de tamaño super, tanto las tijeras, como los alfileres, como las alcantarillas y demás utensilios del hogar. La ambientación también da mucho juego: unos muebles tan grandes como montañas y una oscuridad total que aumenta la claustrofobia del momento. Y, por supuesto, está esa asquerosa araña a tamaño natural, real como la vida misma y que cuando la vi de niño flipé en colores y mi padre me mandó a mi dormitorio para que no me traumatizase de por vida. ¡¿Cómo podríamos olvidar ese primerísimo plano de la cara de la araña a punto de merendarse al bueno de Scott?! Aquí la película alcanza un grado de terror alucinante, porque no hay nada que asuste más que un bicho gigante decida vengarse por todo el insecticida que le has echado encima.
Pero el verdadero protagonista de la peli es el afán de superación del personaje principal, que como a la fuerza ahorcan, no hay nada mejor para salir de la depresión que un bicho gigante se lance contra ti por motivos gastronómicos. A través de una omnipresente voz en off del protagonista, seremos partícipes de la odisea personal de Scott para defender sus últimos vestigios como ser humano, recuperando su autoestima y las ganas de vivir, ya sea en esta dimensión o en un mundo subatómico con moléculas y amebas. Aunque a veces Scotty se pone a filosofar más que Platón, sus palabras son un acto de reafirmación personal y de convencimiento de trascendencia humana, que en este caso el protagonista atribuye a Dios y que nosotros podemos extrapolar a cualquier credo o corriente filosófica que más nos guste y nos reconforte.
En definitiva, "El increíble hombre menguante" tiene acción, terror, aventura, drama y filosofía de la vida. Hay que verla, aunque después cojas una aracnofobia de campeonato.
Aquí os dejo el trailer del a película (donde, afortunadamente no sale la araña de los cojones), cortesía de justjoined.
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